jueves, 30 de junio de 2011

¿Buenos y Malos? ó ¿Poderosos y Débiles? *


La historia de la humanidad se ha dedicado a esconder, desde distintas perspectivas, las diferencias entre poderosos y débiles a través de la idea de buenos y malos. Esta radicalidad tiene sustento en conceptos de origen religioso que afirman que la sociedad se divide en buenos y malos: los buenos son los que gobiernan y dirigen y los malos los que se oponen a ellos.

Lo que ha llevado hacia esta postura radical de enfrentamiento es una idea milenaria que se ha puesto de manifiesto en distintas culturas a lo largo de la historia, con mucha fuerza en Oriente, pero también en Occidente. Se trata del dualismo cosmogónico. Es una dicotomía que separa y confronta la realidad y como tal juzga también a las personas porque piensa que hay dos principios primigenios contrapuestos: el bien y el mal.
Es cierto que tenemos cierta tendencia al dualismo por nuestra espontánea percepción dual de las cosas; el problema surge cuando vemos las cosas como contradictorias, sin posibilidad de términos medios. En lógica estudiamos que en las relaciones de oposición, lo contradictorio no admite término medio, pero en cambio, los contrarios sí. Por ejemplo, la diferencia entre vida y muerte es neta. No hay una persona media viva; o está viva, o no lo está y cuando no lo está la llamamos muerta. Estos son conceptos contradictorios. En cambio, entre el día y la noche puede haber una gradación como el amanecer o el atardecer. Entre el negro y el blanco puede admitirse una escala de grises. Estos son conceptos contrarios. La contradicción no admite equívocos. La contradicción es la clave del discurso, del pensamiento correcto, de la lógica, y se basa en un antiguo principio ontológico donde al ser se le opone el no-ser. En el pensamiento y bajo las reglas de la lógica, la contradicción evita muchos errores y absurdos, pero el plano de la realidad no es tan neto como podría llegar a serlo la formulación que se enuncia en un juicio lógico.
En la filosofía este dualismo cosmogónico ha adquirido rango ontológico en distintos momentos, como en el maniqueísmo. El dualismo plantea un juego de opuestos, que se presenta como algo intrínseco de la misma naturaleza, de tal forma que es inútil enfrentarse a ella. Esa necesidad de oposición conduce a una visión fatalista de la vida.
La clave dualista de la vida lleva a establecer categorías absolutamente opuestas, y por ende, extremistas. Si el extremismo se traslada al plano moral, sobre todo en cuestiones que admiten matices, es fácil cometer más errores que aciertos. Utilizar categorías dualistas ha sido una de las formas de facilitar el enfrentamiento y simplificar el juicio moral. Lo han utilizado no solamente las grandes tiranías de la historia, sino también muchos de los países democráticos. La estrategia consiste en catalogar como “malo” al adversario, y ver en el oponente todo lo que es malo, perverso, abominable, execrable. Por tanto, nuestra naturaleza inmediatamente busca evitarlo, eliminarlo y destruirlo.
El maniqueísmo de la perspectiva de “choque de civilizaciones” de Huntington [i], es un ejemplo del que, seguramente surgieron también conceptos como Estados “malhechores” o “villanos” (rogue states), Estados “fallidos”, etc., nada de “Estados soberanos”.
Si uno se forma un juicio concreto y simple, bueno o malo, es más fácil aceptarlo o rechazarlo. De esta manera, es fácil conducir a la gente. Por eso tienen tanto éxito esas explicaciones simples de realidades complejas que, por supuesto no explican sino que toman la parte por el todo y la reducen. Es un tipo de sofisma. ¿Quién se niega a eliminar algo malo?, si es malo, es que no tiene que existir.
Si juzgamos a un Estado o ideología como mala, inmediatamente tomamos una postura con respecto a ella. Lo malo no nos atrae, ni nos gusta, ni nos conviene.
Para Nietzsche, los conceptos de “bueno” y “malo” no tuvieron en su origen el sentido que les ha dado la moral cristiana. “Bueno” significó aristocrático, noble, privilegiado y “malo” significó vulgar, plebeyo, bajo; justo al contrario de lo que significan en la moral cristiana. Son los poderosos, los superiores los que se consideran a sí mismos como buenos. El “malo” es el que no actúa, el que no afirma, el que no goza, es una conclusión negativa, lo que es mezquino, vulgar, la inactividad, la debilidad y la impotencia. “Bueno” es el señor, el fuerte, el creador; “malo” es el débil, el esclavo, el pasivo [ii].
De acuerdo con Nietzsche la fuerza es quien puede, la voluntad de poder es quien quiere. No se trata de buenos o malos. La voluntad de poder es el poder sobre uno mismo, algo que es necesario para la creatividad.
Es el poder -quienes lo detentan- el que decide lo que está bien o mal. Foucault hace referencia a esto en términos de “régimen de la verdad” [iii], lo correcto es lo que el poder establece que es correcto. Lo que hace que el poder se sostenga, que sea “aceptable”, en última instancia, es a través de su “discurso”. El régimen de “verdad” que impera en la sociedad, los tipos de discurso que acoge y que hace funcionar como verdaderos y falsos, el modo como se sancionan unos y otros, las técnicas y procedimientos que están valorizados para la obtención de la verdad, el estatuto de quiénes están a cargo de decir lo que funciona como verdadero o erróneo [iv].
La ideología califica, pero el poder muestra la realidad.


* Tema publicado en Dallanegra Pedraza, Luis, Realismo-Sistémico-estructural: Política Exterior como “Construcción” de Poder, (Córdoba, Edic. del Autor, 2009), ISBN: 978-987-05-6072-2, Cap. V.
[i] Huntington, Samuel P., El Choque de Civilizaciones y la Reconfiguración del Orden Mundial, (Buenos Aires, Paidós, 2001). Este tema lo trabajé en DALLANEGRA PEDRAZA, Luis, Tendencias del Orden Mundial: Régimen Internacional, (Buenos Aires, Edic. del Autor, 2001), págs. 119-123.
[ii] Nietzsche, Friedrich, Así Habló Zaratustra, (Madrid, Alianza Editorial, 1972). También, Nietzsche, Friedrich, “Voluntad de Poder”, en Barrios Casares, M., La voluntad de poder como amor, (Barcelona, Ediciones del Serbal, 1990).
[iii] Foucault, Michel, Un Diálogo Sobre el Poder, (Buenos Aires, Alianza, 1981), págs. 143-145.
[iv] Este tema lo he trabajado en forma más extensa en DALLANEGRA PEDRAZA, Luis, El Orden Mundial del Siglo XXI, (Buenos Aires, Ediciones de la Universidad, 1998), Capítulo III.