La historia de la humanidad se ha dedicado a esconder, desde distintas perspectivas, las diferencias entre poderosos y débiles a través de la idea de buenos y malos. Esta radicalidad tiene sustento en conceptos de origen religioso que afirman que la sociedad se divide en buenos y malos: los buenos son los que gobiernan y dirigen y los malos los que se oponen a ellos.
Lo que ha llevado hacia esta postura radical de
enfrentamiento es una idea milenaria que se ha puesto de manifiesto en
distintas culturas a lo largo de la historia, con mucha fuerza en Oriente, pero
también en Occidente. Se trata del dualismo cosmogónico. Es una dicotomía que
separa y confronta la realidad y como tal juzga también a las personas porque
piensa que hay dos principios primigenios contrapuestos: el bien y el mal.
Es cierto que tenemos cierta tendencia al dualismo
por nuestra espontánea percepción dual de las cosas; el problema surge cuando
vemos las cosas como contradictorias, sin posibilidad de términos medios. En
lógica estudiamos que en las relaciones de oposición, lo contradictorio no admite término medio, pero en cambio, los contrarios sí. Por ejemplo, la
diferencia entre vida y muerte es neta. No hay una persona media viva; o está
viva, o no lo está y cuando no lo está la llamamos muerta. Estos son conceptos
contradictorios. En cambio, entre el día y la noche puede haber una gradación
como el amanecer o el atardecer. Entre el negro y el blanco puede admitirse una
escala de grises. Estos son conceptos contrarios. La contradicción no admite
equívocos. La contradicción es la clave del discurso, del pensamiento correcto,
de la lógica, y se basa en un antiguo principio ontológico donde al ser se le
opone el no-ser. En el pensamiento y bajo las reglas de la lógica, la
contradicción evita muchos errores y absurdos, pero el plano de la realidad no
es tan neto como podría llegar a serlo la formulación que se enuncia en un
juicio lógico.
En la filosofía este dualismo cosmogónico ha
adquirido rango ontológico en distintos momentos, como en el maniqueísmo. El dualismo plantea un
juego de opuestos, que se presenta como algo intrínseco de la misma naturaleza,
de tal forma que es inútil enfrentarse a ella. Esa necesidad de oposición
conduce a una visión fatalista de la vida.
La clave dualista de
la vida lleva a establecer categorías absolutamente opuestas, y por ende,
extremistas. Si el extremismo se traslada al plano moral, sobre
todo en cuestiones que admiten matices, es fácil cometer más errores que
aciertos. Utilizar categorías dualistas ha sido una de las formas de facilitar
el enfrentamiento y simplificar el juicio moral. Lo han utilizado no solamente
las grandes tiranías de la historia, sino también muchos de los países democráticos.
La estrategia consiste en catalogar como “malo” al adversario,
y ver en el oponente todo lo que es malo, perverso, abominable, execrable. Por
tanto, nuestra naturaleza inmediatamente busca evitarlo, eliminarlo y
destruirlo.
El
maniqueísmo de la perspectiva de “choque
de civilizaciones” de Huntington [i],
es un ejemplo del que, seguramente surgieron también conceptos como Estados
“malhechores” o “villanos” (rogue states),
Estados “fallidos”, etc., nada de “Estados soberanos”.
Si uno se forma un juicio concreto
y simple, bueno o malo, es más fácil aceptarlo o rechazarlo. De esta manera, es
fácil conducir a la gente. Por eso tienen tanto éxito esas explicaciones
simples de realidades complejas que, por supuesto no explican sino que toman la
parte por el todo y la reducen. Es un tipo de sofisma. ¿Quién se niega a
eliminar algo malo?, si es malo, es que no tiene que existir.
Si juzgamos a un Estado o
ideología como mala, inmediatamente tomamos una postura con respecto a ella. Lo
malo no nos atrae, ni nos gusta, ni nos conviene.
Para Nietzsche,
los conceptos de “bueno” y “malo” no tuvieron en su origen el sentido que les
ha dado la moral cristiana. “Bueno” significó aristocrático, noble,
privilegiado y “malo” significó vulgar, plebeyo, bajo; justo al contrario de lo
que significan en la moral cristiana. Son los poderosos, los superiores
los que se consideran a sí mismos como buenos. El “malo” es el que no
actúa, el que no afirma, el que no goza, es una conclusión negativa, lo que es
mezquino, vulgar, la inactividad, la debilidad y la impotencia. “Bueno” es el señor, el fuerte, el creador;
“malo” es el débil, el esclavo, el pasivo [ii].
De acuerdo con Nietzsche la fuerza es quien puede, la
voluntad de poder es quien quiere.
No se trata de buenos o malos. La voluntad de poder es el poder sobre uno
mismo, algo que es necesario para la creatividad.
Es el poder -quienes
lo detentan- el que decide lo que está bien o mal. Foucault hace referencia a esto en términos de “régimen de la
verdad” [iii],
lo
correcto es lo que el poder establece que es correcto. Lo que hace que
el poder se sostenga, que sea “aceptable”, en última instancia, es a través de
su “discurso”. El régimen de “verdad”
que impera en la sociedad, los tipos de
discurso que acoge y que hace funcionar como verdaderos y falsos, el modo como
se sancionan unos y otros, las técnicas y procedimientos que están valorizados
para la obtención de la verdad, el estatuto de quiénes están a cargo de decir
lo que funciona como verdadero o erróneo [iv].
La ideología
califica, pero el poder muestra la
realidad.
* Tema publicado en Dallanegra
Pedraza, Luis, Realismo-Sistémico-estructural: Política Exterior como
“Construcción” de Poder, (Córdoba, Edic. del Autor, 2009), ISBN: 978-987-05-6072-2, Cap. V.
[i] Huntington, Samuel P., El
Choque de Civilizaciones y la Reconfiguración del Orden Mundial, (Buenos Aires,
Paidós, 2001). Este tema lo trabajé en DALLANEGRA
PEDRAZA, Luis, Tendencias del Orden Mundial: Régimen Internacional, (Buenos
Aires, Edic. del Autor, 2001), págs. 119-123.
[ii] Nietzsche, Friedrich, Así
Habló Zaratustra, (Madrid, Alianza Editorial, 1972). También, Nietzsche,
Friedrich, “Voluntad de Poder”, en Barrios Casares, M., La voluntad de poder
como amor, (Barcelona, Ediciones del Serbal, 1990).
[iii] Foucault, Michel, Un Diálogo
Sobre el Poder, (Buenos Aires, Alianza, 1981), págs. 143-145.
[iv] Este tema lo he trabajado en
forma más extensa en DALLANEGRA PEDRAZA, Luis, El Orden Mundial del Siglo XXI,
(Buenos Aires, Ediciones de la Universidad, 1998), Capítulo III.