jueves, 2 de marzo de 2017

Entender el Significado y el Concepto de “Pueblo” en la Realidad

Pueblo es un término utilizado de manera genérica, para hacer referencia a los habitantes de un lugar o emplearse como sinónimo de un país o nación, como el pueblo mexicano, el pueblo colombiano, el pueblo argentino, etc. Más allá de definiciones y tecnicismos sobre el término, que no está mal tener en consideración, es importante analizarlo en los hechos, tal como opera según el imaginario que las diferentes sociedades estatales le dan.
Originariamente pueblo proviene del término latino populus, que hace referencia a tres conceptos distintos:
i. a los habitantes de una región;
ii. a la cantidad de población de menor tamaño que una ciudad o a comunidades pequeñas;
iii. a la clase baja de una sociedad.
Pensando en términos de la evolución del concepto y de actualidad, habría que agregar un cuarto concepto:
iv. el uso popular y cultural del término “pueblo”.
i. Hablar de habitantes de una región en la actualidad, termina siendo un concepto demasiado amplio y genérico, ya que dentro de esa región, puede haber gente que tenga nacionalidades distintas o profese religiones distintas, etc. Pueblo puede tener que ver con el factor étnico, cuando se hace referencia, por ejemplo, a los “pueblos indígenas”, o el “afrocolombiano”, que pertenecen al misma país, pero provienen de etnias diferentes aunque estén “sumergidas” en una cultura similar, en este caso la colombiana. Independientemente de pertenecer al mismo país, existen raíces culturales que los diferencian y hacen que se comporten y perciban la realidad de manera distinta, tal el caso de los pueblos indígenas en relación con lo que llaman la “madre tierra”, en cuanto no coinciden con la manera en que la manejan miembros del mismo país, aunque con culturas diferentes.
ii. Respecto de la segunda acepción, el concepto de pueblo está vinculado a las áreas geográficas del país, particularmente rurales. En países como Colombia, los sectores rurales que viven de la actividad agrícola, son significativos a la vez que se sienten desplazados o marginados de las decisiones que toman los diferentes Gobiernos, no sólo en el nivel nacional, sino también estadual -provincial-, e incluso municipal. En general, los habitantes de estos pueblos desde esta perspectiva, tienen muy poco peso en la vida política de los países, aunque contribuyan con sus productos de una manera significativa.
iii. En su tercera acepción se hace referencia a una clase social. En la antigua Grecia, el demos (δῆμος) o pueblo, era el sujeto de la soberanía en el sistema democrático. No obstante, no formaban parte del demos las mujeres, los niños, los esclavos o los extranjeros. Para el Derecho romano, el pueblo encarnaba el concepto humano del Estado, en el que cada uno de sus integrantes era titular de derechos y obligaciones civiles y políticas. En Roma había dos cuerpos sociales y políticos diferenciados que, juntos, constituían la República romana: el Senatus (Senado) y el populus (pueblo); en otros términos los patricios y los plebeyos.
iv. En la actualidad se vincula al concepto de masas cuya identidad está dada por la corriente que las arrastra o el líder que las conduce; o el pueblo trabajador en términos sumamente amplios e imprecisos.
De acuerdo con el momento histórico, el término pueblo se usó de diferentes modos; sin embargo, algo que es común desde siempre es que se llama así a un conjunto de personas que se mueven con un mismo objetivo de vida o que comparten los límites de un territorio. A partir del desarrollo del Derecho Constitucional, pueblo se denomina al conjunto de personas que integran el Estado, donde -teóricamente- no existen privilegios de raza, sexo, religión o status económico o social. El pueblo está formado por todos los individuos y, bajo la ley, están -teóricamente- en igualdad de condiciones. En los sistemas democráticos modernos el término pueblo se utiliza para mencionar a aquellas personas que pueden votar y ser elegidas; esto significa que, según la Constitución, los menores de dieciocho (18) [1], los extranjeros sin carta de ciudadanía, miembros de las fuerzas armadas, sacerdotes y monjas, entre otros, no formarían parte del pueblo.
Para el caso específico de Colombia, si se hace referencia al Artículo Tres (3) de la Constitución y a su Preámbulo, el “pueblo” es el “soberano”, aunque en los hechos, se trata de una “diversidad difusa”, carente de poder suficiente y opera como simple elector en los procesos de votación, legitimando las decisiones de quienes gobiernan, más allá de su voluntad, necesidades e intereses.
Es importante diferenciar pueblo de masa. Se dice que el verdadero pueblo está compuesto por ciudadanos que son conscientes de su responsabilidad, sus deberes y sus derechos. Consideran que su libertad tiene los límites establecidos por donde comienzan la libertad y dignidad de los demás y que la desigualdad no debe ser arbitraria, sino diferentes franjas dentro de la idea de “igualdad de oportunidades”.
La masa se encuentra formada por individuos carentes de identidad propia, que no sabe o no intenta construir sus oportunidades, dejándolas en manos de otros, que no tienen ideales ni sienten responsabilidad alguna en relación con su entorno -el militante-. El hombre/mujer-masa es aquél que no se distingue del resto, a quien no le interesa labrarse un porvenir sino tomar aquello que le viene dado merced al liderazgo de quienes conducen los destinos de la sociedad. No tiene aspiraciones intelectuales ni espirituales y lo único que espera de la vida es que lo guíen, que le den el “producto terminado”. Este sector de la sociedad es enemigo de la democracia -no en términos electorales sino de participación responsable- y de todo tipo de Gobierno donde el pueblo deba participar activamente y con compromiso. Para ellos, la idea de “libertad” está dada por lo que el/la líder les da y el “compromiso” es con quienes los lideran y su “causa”. Lo “normal” es manejarse en forma multitudinaria bajo la conducción del/la líder, en torno a una idea/ideología sin cuestionamientos, salvo para quienes no acompañen esta conducción, utilizando consignas típicas de masas al estilo de: “si este no es el pueblo, el pueblo dónde está”, generando un imaginario en el que quienes no están con ellos, no merecen ser considerados, o deben ser rechazados.
Dentro de este concepto es que entran términos como “pueblo peronista”, “pueblo kirchnerista” o “la cámpora” en Argentina o “pueblo chavista” en Venezuela, -y muchas otras denominaciones de ese estilo, históricas y actuales en diversas geografías-, quedando fuera de la idea de “pueblo” los que no tienen pertenencia -a un partido, movimiento, agrupación, etc.-, pasando a ser “la oligarquía” o “los gorilas” que serían el “antipueblo”.
Para los líderes carismáticos al estilo de Juan Perón, Fidel Castro, Hugo Chávez, que son vistos por sus seguidores como “el General” o “el Comandante”, ya que tienen una mentalidad por sobre todo militar, por lo que el “verticalismo” y el “orden” son esenciales, el poder es del pueblo pero no lo maneja el pueblo -ni dejan que lo haga-, ellos son los “administradores” porque son los que conducen y deciden cuál debe ser la dirección de todos los asuntos de Estado.
Estos grupos o agrupaciones lideradas por “punteros” -algunos de ellos, manejan organizaciones de la sociedad civil que operan como vínculo entre el/la líder como conductores políticos del Estado en el orden municipal, provincial o federal y la gente que se acerca o es cooptada a través de sus carencias o necesidades-, quienes obtienen poder por la cantidad de seguidores que logran para el/la líder, son quienes van generando el imaginario de lo que es “verdadero pueblo” y de lo que es el “antipueblo” o el/los enemigo/s del pueblo.
Lo cierto es que no necesariamente hay que pertenecer a una élite, para quedar fuera de lo que es considerado “pueblo”. Cuando los sindicalistas o agrupaciones que pertenecen a movimientos políticos hablan de “pueblo”, adjetivándolo como “pueblo trabajador”, quedan fuera del concepto de “pueblo” los trabajadores que no están comprendidos por estos grupos sindicales o políticos, como los “docentes” -entre otros- que tienen sindicatos débiles y que, en muchos casos, no entran dentro del ideario de “trabajador” [2], aunque lo sean; de la misma manera que los “investigadores científicos” que son vistos como una élite especial, pero no como trabajadores, por mencionar algunos ejemplos.
Si vemos que en América Latina se habla de “pueblos indígenas”, “pueblo afrocolombiano”, “pueblo trabajador”, “pueblo peronista o chavista”, etc., y cada uno se considera el dueño de la verdadera ciudadanía mientras que el resto son el contrario, el enemigo, la antipatria, los gorilas o, simplemente “los otros”, entonces resulta muy complejo hacer referencia a la idea de pueblo en forma tan genérica, porque dentro del pueblo de una Nación pareciera que hay muchos pueblos que no tienen vínculos, sino distanciamientos o competencias o pugnas. Esto, a muchos gobernantes o candidatos les viene muy bien, ya que a río revuelto ganancia de pescadores o divide et impera. La idea central pareciera ser tener poder, no generar desarrollo y bienestar para el país.
Esto, además, debería verse a la luz de otro concepto importante al que he hecho referencia más arriba: “la cultura de la satisfacción” provocada, en parte, por la incapacidad de generar un “movimiento ascendente” por parte de las “subclases” insatisfechas, lo que hace que se genere resentimiento y violencia. Con el proceso de globalización particularmente, se ha paralizado la movilidad social, generando callejones sociales y laborales sin salida. El cambio se torna “difuso” mientras que el “statu quo” es lo conveniente para el satisfecho [3].
No necesariamente el “satisfecho de su prosperidad” es el “antipueblo”, ya que puede tratarse de muchos que con su esfuerzo personal han ido creciendo y alcanzando objetivos, concentrándose en seguir avanzando; de la misma manera que aquellos que se conforman con los beneficios que reciben del/la líder o el Gobierno no son necesariamente “pueblo”. Sí queda claro que el “tejido social” que debería estar funcionando como coaligante, no existe o está roto, por lo que, si por “abajo” no hay toma de conciencia para modificar esto, porque cada uno -individuo o grupo de identidad- está concentrado en lo que alcanza con su esfuerzo o consigue como favor por formar parte de un grupo determinado, por “arriba” debería darse una conducción de los asuntos públicos que tienda a resolver esto, en vez de profundizarlo para manejar dividiendo. Ante la ausencia de ambas alternativas, la sociedad irá en la dirección de quién/es detente/n el “poder inteligente”, sea un actor interno o externo, público o privado.
En América Latina, particularmente ciertos sectores políticos, sindicales o sociales, hablan de “pueblo” en forma devota y como si fuera el que debe recibir lo mejor, pero éste está compuesto por una diversidad desconectada, que genera demandas, pero que no opera activamente. Es excesivamente pasivo, pretencioso, critica lo que no recibe aunque nada haya hecho por obtenerlo o merecerlo y se comporta, no como “pueblo” en términos de “tejido social” sino como “individuo” -individual o grupal- dentro de un pueblo que le debe todo pero al que no le interesa ni cree que merezca darle nada a cambio.
No existen convergencias entre “diferentes pueblos” dentro de un país o de una región, y no hay quien busque integrarlos; muy por el contrario, privilegia a los que pueden darle poder y margina a quienes no. De esta manera, los “pueblos indígenas” -salvo recientemente y sólo en Bolivia y con un líder que busca eternizarse en el poder siguiendo las pautas culturales caudillescas latinoamericanas-, tienen alguna participación activa en la construcción de su destino -con muchos vaivenes y problemáticas internas- pero en general, en los países latinoamericanos, es sólo algo formal. Pueden quejarse, acampar durante días y meses tratando de hacer ver sus demandas frente a los edificios gubernamentales o en los territorios reclamados, que serán ignorados o, en ciertos casos, criminalizada su demanda.
Se ha generado en América Latina una cultura de individualidad perniciosa. Los individuos viven “agazapados”, sin participar activamente de las actividades económicas-sociales-políticas-culturales como partes de un pueblo, esperando caerle encima a quien tome decisiones y no haga algo acorde con sus intereses y, por sobre todo, espera que el/la líder resuelva a su favor, si es posible, con costos para los “pudientes”. Están más atentos en ver qué puede hacer el “país” por ellos, que ellos por que el país avance y evolucione.
Además de los factores culturales propios de cada “pueblo” al interior de un país, que constituyen un elemento central en lo que hace a su “identidad”, está la construcción de la identidad del conjunto en la que deberían converger los diferentes elementos culturales. Hay que considerar a la identidad como una asimilación de valores y pautas de acción que se adoptan y asumen como propios, no como resultado de una denominación de origen, sino como conciencia de pertenencia a la comunidad aunque diversa. La identidad de un pueblo no se puede definir como esencia, sino como proceso, algo que está siempre en construcción y evolución; caso contrario, todos los habitantes originarios de América Latina tendrían identidad regional, pero los inmigrantes o hijos de inmigrantes, muchos de los cuales han venido de diferentes países europeos, podrían tener la nacionalidad, pero carecerían de esa identidad regional. Países como México, Perú, Guatemala o Bolivia, son Estados multiculturales y plurinacionales y países como Argentina, son Estados formados básicamente a partir de la recepción de una gran masa inmigratoria diversa.
La identidad es un factor coaligante de los diferentes “pueblos” -que a su vez tienen su identidad- dentro de un país o de una región más amplia -¿América Latina?-, para generar una direccionalidad hacia el desarrollo, el bienestar conjunto. Gran parte de los problemas que la región tiene históricamente y en la actualidad, están ligados a su alto grado de fragmentación y fundamentalmente “auto-fragmentación”, generada por luchas y pugnas internas, carentes de objetivos comunes, sino más bien espurios. No resolver ni tener en consideración estos factores, redundará en una continuidad de subdesarrollo, dependencia y falta de direccionalidad e inserción en un mundo con una creciente dinámica.
También es cierto que una de las raíces de esta identidad difusa y desorientación político-social en América Latina -como en otras regiones que fueron sometidas a la colonización-, está íntimamente vinculada a la imposición de la lengua del dominante, su cultura, sus ideas e instituciones políticas y valores centrales, eliminando o marginando de manera subordinada los propios y originales de la región. Las sociedades latinoamericanas han sufrido un proceso de “glotofagia” [4], que las ha dejado carentes de identidad y objetivos propios, por lo que van en la dirección de lo que se les plantea como adecuado y necesario y no de sus aspiraciones y objetivos. Esto ha traído como consecuencia, el que la élite dirigente en estos países -y muchos sectores o grupos de la sociedad que no necesariamente constituyen élite o forman parte de la dirigencia-, no consideren positivo o relevante el pensamiento de la gente indígena u originaria, que está vinculado con la idea de atraso. Son sociedades incapaces de construir un destino propio, porque piensan con una identidad impuesta por los colonizadores y neocolonizadores. La dirigencia -política, económica, intelectual- esta más vinculada al pensamiento del neocolonizador que al de su propia sociedad.

Adicionalmente, esta grieta generada entre la identidad impuesta por el colonizador y la de las sociedades subordinadas, se repite al interior de los países y de la región misma, toda vez que existen odios, inquinas, divisiones y diferencias que impiden buscar caminos en común y construcción de una identidad comprehensiva e integradora.
Notas
[1] Argentina durante el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, estableció el derecho opcional de que los jóvenes mayores de dieciséis (16) años pueden votar -bajar la edad a dieciséis fue una buena estrategia para ampliar el número de electores a su favor-; a partir de los dieciocho (18) según la legislación del país el voto es obligatorio.
[2] Cristina Fernández de Kirchner, en una de sus tantas “cadenas televisivas” como Presidenta en las que se dedicaba a instruir a la masa -militancia- kirchnerista más que dirigirse a la Nación, calificó a los docentes como aquellos que sólo trabajan cuatro horas por día y tienen tres meses de vacaciones por año, minimizando su preparación y actualización con esfuerzos y fondos propios ya que la escuela no se los provee, el trabajo fuera de las aulas y desconsiderando el trabajo en los meses de vacaciones para los alumnos que los docentes hacen fuera del aula pero dentro de las escuelas. Lo que dijo la ex-Presidenta no es privativo de ella, sino que forma parte del “imaginario” generalizado.
[3] Galbraith, John Kenneth, La Cultura de la Satisfacción, (Bs. As., EMECE, 1992) ISBN: 950-04-1191-1, págs. 31 y 47-49.
[4] Concepto desarrollado por Calvet, L.J., Lingüística y colonialismo: breve tratado de glotofagia, (Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005). Se trata de la legitimación de modelos colonialistas de dominación, a partir de la imposición de una lengua, en detrimento de la lengua local, para generar un camino de opresión y subordinación a nivel étnico, cultural, intelectual y, principalmente, político. Un estudio en profundidad sobre esta temática se encuentra en la Tesis presentada ante la Faculta de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, por De Mauro, Sofía y Domínguez, Luisa, “Lingüística y Lenguas Indígenas del siglo XIX en Argentina: Ocultamientos, Insistencias, Disrupciones y Continuidades”, junio del 2012, con la Dirección de la Dra. Beatriz Bixio, investigadora del CONICET.