Pueblo es
un término utilizado de manera genérica, para hacer referencia a los habitantes
de un lugar o emplearse como sinónimo de un país o nación, como el pueblo
mexicano, el pueblo colombiano, el pueblo argentino, etc. Más allá de
definiciones y tecnicismos sobre el término, que no está mal tener en consideración,
es importante analizarlo en los hechos, tal como opera según el imaginario que
las diferentes sociedades estatales le dan.
Originariamente
pueblo proviene del término latino populus,
que hace referencia a tres conceptos distintos:
i. a los habitantes
de una región;
ii. a la
cantidad de población de menor tamaño que una ciudad o a comunidades pequeñas;
iii. a la clase
baja de una sociedad.
Pensando en
términos de la evolución del concepto y de actualidad, habría que agregar un
cuarto concepto:
iv. el uso
popular y cultural del término “pueblo”.
i. Hablar de habitantes de una región en la
actualidad, termina siendo un concepto demasiado amplio y genérico, ya que
dentro de esa región, puede haber gente que tenga nacionalidades distintas o
profese religiones distintas, etc. Pueblo puede tener que ver con el factor
étnico, cuando se hace referencia, por ejemplo, a los “pueblos indígenas”, o el “afrocolombiano”, que pertenecen al
misma país, pero provienen de etnias diferentes aunque estén “sumergidas” en
una cultura similar, en este caso la colombiana. Independientemente de
pertenecer al mismo país, existen raíces culturales que los diferencian y hacen
que se comporten y perciban la realidad de manera distinta, tal el caso de los
pueblos indígenas en relación con lo que llaman la “madre tierra”, en cuanto no
coinciden con la manera en que la manejan miembros del mismo país, aunque con
culturas diferentes.
ii. Respecto de la segunda
acepción, el concepto de pueblo está vinculado a las áreas geográficas del
país, particularmente rurales. En países como Colombia, los sectores rurales
que viven de la actividad agrícola, son significativos a la vez que se sienten
desplazados o marginados de las decisiones que toman los diferentes Gobiernos,
no sólo en el nivel nacional, sino también estadual -provincial-, e incluso municipal. En general, los habitantes de
estos pueblos desde esta perspectiva, tienen muy poco peso en la vida política
de los países, aunque contribuyan con sus productos de una manera significativa.
iii. En su tercera acepción
se hace referencia a una clase social. En la antigua Grecia, el demos (δῆμος) o pueblo, era el sujeto de la
soberanía en el sistema democrático. No obstante, no formaban parte del demos las mujeres, los niños, los esclavos o los
extranjeros. Para el Derecho romano,
el pueblo encarnaba el concepto humano del Estado, en el que cada uno de sus
integrantes era titular de derechos y obligaciones civiles y políticas. En Roma
había dos cuerpos sociales y políticos diferenciados que, juntos, constituían
la República romana: el Senatus (Senado)
y el populus (pueblo); en otros
términos los patricios y los plebeyos.
iv. En la actualidad se
vincula al concepto de masas cuya
identidad está dada por la corriente que las arrastra o el líder que las
conduce; o el pueblo trabajador en
términos sumamente amplios e imprecisos.
De acuerdo con
el momento histórico, el término pueblo se usó de diferentes modos; sin
embargo, algo que es común desde siempre es que se llama así a un conjunto de
personas que se mueven con un mismo objetivo de vida o que comparten los
límites de un territorio. A partir del desarrollo del Derecho Constitucional, pueblo
se denomina al conjunto de personas que integran el Estado, donde -teóricamente- no existen privilegios de raza, sexo, religión o status económico o
social. El pueblo está formado por todos los individuos y, bajo la ley, están -teóricamente- en igualdad de condiciones. En los sistemas
democráticos modernos el término pueblo se utiliza para mencionar a aquellas
personas que pueden votar y ser elegidas; esto significa que, según la
Constitución, los menores de dieciocho (18)
[1], los extranjeros sin carta de
ciudadanía, miembros de las fuerzas armadas, sacerdotes y monjas, entre otros,
no
formarían parte del pueblo.
Para el
caso específico de Colombia, si se hace referencia al Artículo Tres (3) de la
Constitución y a su Preámbulo, el “pueblo” es el “soberano”, aunque en
los hechos, se trata de una “diversidad difusa”, carente de poder suficiente y
opera como simple elector en los procesos de votación, legitimando las
decisiones de quienes gobiernan, más allá de su voluntad, necesidades e
intereses.
Es importante
diferenciar pueblo de masa. Se dice que el verdadero
pueblo está compuesto por ciudadanos que son conscientes de su
responsabilidad, sus deberes y sus derechos. Consideran que su libertad
tiene los límites establecidos por donde comienzan la libertad y dignidad de
los demás y que la desigualdad no debe ser arbitraria, sino diferentes franjas
dentro de la idea de “igualdad de oportunidades”.
La masa
se encuentra formada por individuos carentes de identidad propia, que no sabe o
no intenta construir sus oportunidades, dejándolas en manos de otros, que no
tienen ideales ni sienten responsabilidad alguna en relación con su entorno -el militante-. El hombre/mujer-masa es aquél que no se distingue del resto, a quien
no le interesa labrarse un porvenir sino tomar aquello que le viene dado merced
al liderazgo de quienes conducen los destinos de la sociedad. No tiene
aspiraciones intelectuales ni espirituales y lo único que espera de la vida es
que lo guíen, que le den el “producto terminado”. Este sector de la sociedad es
enemigo de la democracia -no en términos
electorales sino de participación responsable- y de todo tipo de Gobierno donde
el pueblo deba participar activamente y con compromiso. Para ellos, la idea de “libertad”
está dada por lo que el/la líder les da y el “compromiso” es con quienes los
lideran y su “causa”. Lo “normal” es manejarse en forma multitudinaria bajo la
conducción del/la líder, en torno a una idea/ideología sin cuestionamientos,
salvo para quienes no acompañen esta conducción, utilizando consignas típicas
de masas al estilo de: “si este no es el pueblo, el pueblo dónde
está”, generando un imaginario en el que quienes no están con ellos, no
merecen ser considerados, o deben ser rechazados.
Dentro de
este concepto es que entran términos como “pueblo peronista”, “pueblo
kirchnerista” o “la cámpora” en Argentina o “pueblo chavista” en Venezuela, -y muchas otras denominaciones de ese
estilo, históricas y actuales en diversas geografías-, quedando fuera de la
idea de “pueblo” los que no tienen pertenencia
-a un partido, movimiento, agrupación, etc.-, pasando a ser “la oligarquía”
o “los gorilas” que serían el “antipueblo”.
Para los líderes carismáticos al estilo de Juan
Perón, Fidel Castro, Hugo Chávez, que son vistos por sus seguidores como “el
General” o “el Comandante”, ya que tienen una mentalidad por sobre todo
militar, por lo que el “verticalismo” y el “orden” son esenciales, el
poder es del pueblo pero no lo maneja el pueblo -ni dejan que lo haga-, ellos
son los “administradores” porque son los que conducen y deciden cuál
debe ser la dirección de todos los asuntos de Estado.
Estos
grupos o agrupaciones lideradas por “punteros” -algunos de ellos, manejan organizaciones de la sociedad civil que
operan como vínculo entre el/la líder como conductores políticos del Estado en
el orden municipal, provincial o federal y la gente que se acerca o es cooptada
a través de sus carencias o necesidades-, quienes obtienen poder por la
cantidad de seguidores que logran para el/la líder, son quienes van generando
el imaginario de lo que es “verdadero pueblo” y de lo que es el “antipueblo” o
el/los enemigo/s del pueblo.
Lo cierto
es que no necesariamente hay que pertenecer a una élite, para quedar fuera de
lo que es considerado “pueblo”. Cuando los sindicalistas
o agrupaciones que pertenecen a movimientos políticos hablan de “pueblo”,
adjetivándolo como “pueblo trabajador”,
quedan fuera del concepto de “pueblo” los trabajadores que no están comprendidos
por estos grupos sindicales o políticos, como los “docentes” -entre otros- que tienen sindicatos
débiles y que, en muchos casos, no entran dentro del ideario de “trabajador” [2],
aunque lo sean; de la misma manera que los “investigadores
científicos” que son vistos como una
élite especial, pero no como trabajadores, por mencionar algunos ejemplos.
Si vemos
que en América Latina se habla de “pueblos indígenas”, “pueblo afrocolombiano”,
“pueblo trabajador”, “pueblo peronista o chavista”, etc., y cada uno se
considera el dueño de la verdadera ciudadanía mientras que el resto son el contrario, el enemigo, la antipatria, los
gorilas o, simplemente “los otros”,
entonces resulta muy complejo hacer referencia a la idea de pueblo en forma tan
genérica, porque dentro del pueblo de una Nación pareciera que hay muchos pueblos que no
tienen vínculos, sino distanciamientos o competencias o pugnas. Esto, a
muchos gobernantes o candidatos les viene muy bien, ya que a río revuelto ganancia de pescadores o divide et impera. La idea central pareciera ser tener poder, no generar desarrollo y
bienestar para el país.
Esto,
además, debería verse a la luz de otro concepto importante al que he hecho
referencia más arriba: “la cultura de la satisfacción”
provocada, en parte, por la incapacidad
de generar un “movimiento ascendente” por parte de las “subclases”
insatisfechas, lo que hace que se genere resentimiento y violencia. Con el
proceso de globalización particularmente, se ha paralizado la movilidad social,
generando callejones sociales y laborales sin salida. El cambio se torna “difuso”
mientras que el “statu quo” es lo
conveniente para el satisfecho [3].
No
necesariamente el “satisfecho de su prosperidad” es el “antipueblo”, ya que
puede tratarse de muchos que con su esfuerzo personal han ido creciendo y
alcanzando objetivos, concentrándose en seguir avanzando; de la misma manera que aquellos
que se conforman con los beneficios que reciben del/la líder o el Gobierno no son
necesariamente “pueblo”. Sí queda claro que el “tejido social” que
debería estar funcionando como coaligante, no existe o está roto, por lo que,
si por “abajo” no hay toma de conciencia para modificar esto, porque cada uno -individuo o grupo de identidad- está
concentrado en lo que alcanza con su esfuerzo o consigue como favor por formar
parte de un grupo determinado, por “arriba” debería darse una conducción de los
asuntos públicos que tienda a resolver esto, en vez de profundizarlo para
manejar dividiendo. Ante la ausencia de ambas alternativas, la sociedad irá en la dirección
de quién/es detente/n el “poder inteligente”, sea un actor interno o externo,
público o privado.
En América
Latina, particularmente ciertos sectores políticos, sindicales o sociales, hablan de “pueblo” en forma devota y
como si fuera el que debe recibir lo mejor, pero éste está compuesto por una
diversidad desconectada, que genera demandas, pero que no opera activamente. Es
excesivamente pasivo, pretencioso, critica lo que no recibe aunque nada haya
hecho por obtenerlo o merecerlo y se comporta, no como “pueblo” en términos de “tejido
social” sino como “individuo” -individual
o grupal- dentro de un pueblo que le
debe todo pero al que no le interesa ni cree que merezca darle nada a cambio.
No existen
convergencias entre “diferentes pueblos”
dentro de un país o de una región, y no
hay quien busque integrarlos; muy por el contrario, privilegia a los que pueden darle poder y margina a quienes no. De
esta manera, los “pueblos indígenas” -salvo
recientemente y sólo en Bolivia y con un líder que busca eternizarse en el
poder siguiendo las pautas culturales caudillescas latinoamericanas-,
tienen alguna participación activa en la construcción de su destino -con muchos vaivenes y problemáticas internas-
pero en general, en los países latinoamericanos, es sólo algo formal. Pueden
quejarse, acampar durante días y meses tratando de hacer ver sus demandas
frente a los edificios gubernamentales o en los territorios reclamados, que
serán ignorados o, en ciertos casos, criminalizada
su demanda.
Se ha
generado en América Latina una cultura de individualidad
perniciosa. Los individuos viven “agazapados”, sin participar activamente
de las actividades económicas-sociales-políticas-culturales como partes de un
pueblo, esperando caerle encima a quien tome decisiones y no haga algo acorde
con sus intereses y, por sobre todo, espera que el/la líder resuelva a su
favor, si es posible, con costos para los “pudientes”. Están más atentos en ver
qué puede hacer el “país” por ellos, que
ellos por que el país avance y evolucione.
Además de los factores culturales propios
de cada “pueblo” al interior de un país, que constituyen un elemento central en
lo que hace a su “identidad”, está la construcción de la identidad del conjunto en la que deberían converger los diferentes
elementos culturales. Hay que considerar a la
identidad como una asimilación de valores y pautas de acción que se adoptan y
asumen como propios, no como resultado de una denominación de origen, sino como
conciencia de pertenencia a la comunidad aunque diversa. La identidad de un
pueblo no se puede definir como esencia, sino como proceso, algo que está
siempre en construcción y evolución; caso contrario, todos los habitantes originarios de América
Latina tendrían identidad regional, pero los
inmigrantes o hijos de inmigrantes, muchos de los cuales han venido de
diferentes países europeos, podrían tener la nacionalidad, pero carecerían de
esa identidad regional. Países como México, Perú, Guatemala
o Bolivia, son Estados multiculturales y plurinacionales y países como
Argentina, son Estados formados básicamente a partir de la recepción de una
gran masa inmigratoria diversa.
La identidad es un factor coaligante de los diferentes “pueblos” -que a su vez tienen su
identidad- dentro de un país o de una
región más amplia -¿América Latina?-, para generar una direccionalidad hacia el
desarrollo, el bienestar conjunto. Gran parte de los problemas que la región
tiene históricamente y en la actualidad, están ligados a su alto grado de
fragmentación y fundamentalmente “auto-fragmentación”, generada por luchas y
pugnas internas, carentes de objetivos comunes, sino más bien espurios. No
resolver ni tener en consideración estos factores, redundará en una continuidad
de subdesarrollo, dependencia y falta de direccionalidad e inserción en un
mundo con una creciente dinámica.
También es cierto que una de las raíces de
esta identidad difusa y desorientación político-social en América Latina -como en otras regiones que fueron sometidas
a la colonización-, está íntimamente vinculada a la imposición de la lengua
del dominante, su cultura, sus ideas e instituciones políticas y valores
centrales, eliminando o marginando de manera subordinada los propios y originales
de la región. Las sociedades
latinoamericanas han sufrido un proceso de “glotofagia” [4], que las ha dejado carentes de identidad y
objetivos propios, por lo que van en la dirección de lo que se les plantea como
adecuado y necesario y no de sus aspiraciones y objetivos. Esto ha traído
como consecuencia, el que la élite dirigente en estos países -y muchos sectores o grupos de la sociedad
que no necesariamente constituyen élite o forman parte de la dirigencia-,
no consideren positivo o relevante el pensamiento de la gente indígena u
originaria, que está vinculado con la idea de atraso. Son sociedades incapaces de construir un destino propio, porque piensan
con una identidad impuesta por los colonizadores y neocolonizadores. La
dirigencia -política, económica,
intelectual- esta más vinculada al pensamiento del neocolonizador que al de
su propia sociedad.
Adicionalmente, esta grieta generada entre
la identidad impuesta por el colonizador y la de las sociedades subordinadas,
se repite al interior de los países y de la región misma, toda vez que existen
odios, inquinas, divisiones y diferencias que impiden buscar caminos en común y
construcción de una identidad comprehensiva e integradora.
Notas
[1] Argentina
durante el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, estableció el derecho opcional de que los jóvenes
mayores de dieciséis (16) años pueden
votar -bajar la edad a dieciséis fue una
buena estrategia para ampliar el número de electores a su favor-; a partir
de los dieciocho (18) según la
legislación del país el voto es obligatorio.
[2] Cristina
Fernández de Kirchner, en una de sus tantas “cadenas televisivas” como
Presidenta en las que se dedicaba a instruir a la masa -militancia- kirchnerista más que dirigirse a la Nación,
calificó a los docentes como aquellos que sólo trabajan cuatro horas por día y tienen tres meses de vacaciones
por año, minimizando su preparación y actualización con esfuerzos y
fondos propios ya que la escuela no se los provee, el trabajo fuera de las
aulas y desconsiderando el trabajo en los meses de vacaciones para los alumnos
que los docentes hacen fuera del aula pero dentro de las escuelas. Lo
que dijo la ex-Presidenta no es privativo de ella, sino que forma parte del
“imaginario” generalizado.
[3]
Galbraith, John Kenneth, La Cultura de la Satisfacción, (Bs. As., EMECE, 1992)
ISBN: 950-04-1191-1, págs. 31 y 47-49.
[4] Concepto
desarrollado por Calvet, L.J., Lingüística y colonialismo: breve tratado de
glotofagia, (Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005). Se
trata de la legitimación de modelos colonialistas de dominación, a partir de la
imposición de una lengua, en detrimento de la lengua local, para generar un
camino de opresión y subordinación a nivel étnico, cultural, intelectual y,
principalmente, político. Un estudio en profundidad sobre esta temática
se encuentra en la Tesis
presentada ante la Faculta de Filosofía y Humanidades de la Universidad
Nacional de Córdoba, Argentina, por De Mauro, Sofía y Domínguez,
Luisa, “Lingüística y Lenguas Indígenas del siglo XIX en Argentina:
Ocultamientos, Insistencias, Disrupciones y Continuidades”, junio del 2012, con
la Dirección de la Dra. Beatriz Bixio, investigadora del CONICET.